Es mi primer relato, la primera vez que me atrevo a escribir algo y a la vez me atrevo a compartirlo con los demás, pero creo que necesitaba hacer esto para romper esa barrera, quedase bien o mal, era un gran paso para mí, romper ese miedo, y así lo hice. No obstante, tampoco he dado demasiado bombo al libro, ni tan siquiera lo había publicado en mi blog, y menos aún viendo que algunos autores con libros publicados en el mercado habían también incluido su relato en el mismo libro.
Hoy me ha emocionado un mensaje que me han dejado en el blog "....Voy hablar de tu extraordinario relato....como una noche de Navidad puede lograr que la tristeza y añoranza se puede convertir en ilusión y esperanza. Me encantó!!!! Lloré, me emocioné y de nuevo "creí" en los sueños de la Navidad!!!" (gracias Marilí). Y con este bonito mensaje, me decidí a compartirlo aquí, con todo el que quiera leerlo, al igual que han hecho el resto de los autores en sus respectivos blog.
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Una noche especial
Mientras el taxi avanzaba, podía ya reconocer las fincas,
los prados verdes, los manzanos, las huertas de los vecinos, a la vez que iba
soportando ese peso en el estómago y ese nudo en la garganta que me impedía
contestar más que con monosílabos al conductor. Por suerte, no era el taxista
del pueblo, así que no me conocía y no tenía que darle todo tipo de
explicaciones sobre mi vida.
Hacía cinco años que mi marido había fallecido, un accidente
mortal se lo llevó drásticamente y desde entonces, no había sido capaz de
volver a nuestra casa, la casa de mis padres, donde crecí, y que mis padres me
habían dejado en herencia, solo pude superar la falta de éstos a su lado, pero
ahora él no estaba para ayudarme a superar su propia ausencia.
Después del entierro, preparé mi maleta y me fui a trabajar
lejos, donde nada me recordase a él, encontré a través de internet un puesto de
trabajo en un pueblecito de Murcia y allí he estado ocultándome de la realidad
estos años, pero hace poco, he sentido una necesidad imperiosa de volver aquí,
cuando he visto encenderse las luces de Navidad del pueblo, cuando he oído a
mis compañeros hablar de sus planes navideños, de cenar en casa con los suyos,
he sentido un deseo profundo de volver también a mi casa, sola, pero en mi
casa, en la mía, no en el frío e impersonal apartamento en el que vivo de
alquiler, en el que no recibo más que un reflejo de mi propia soledad.
Cuando el taxi frenó, me sobresalté, estaba absorta en mis
pensamientos, levanté la mirada y ahí estaba, la casa, la puerta cerrada, las
luces apagadas, nadie esperándome. Pagué al taxista y en medio de un suspiro
metí la llave en la cerradura y entré, encendí las luces y me llevé una grata
sorpresa, todo estaba perfectamente ordenado, olía a limpio y la chimenea
estaba encendida dando una temperatura perfecta a la casa en contraste con el
frío que hacía fuera, en la nevera había una nota de mi tía diciendo que se
había pasado a airear y limpiar un poco todo y que me había dejado dentro la
misma cena que iban a cenar ellos esa noche, no podía permitir que en
Nochebuena fuese a cenar cualquier cosa, tal y como le había dicho, e
insistiendo en que fuese a cenar con ellos esa noche.
Era tal el silencio que se podía oír el crepitar de la leña
en el fuego. Por fin me había atrevido a
volver a esa casa, necesitaba hacerlo, volver a empaparme de todos ellos, en
este lugar, en el que crecí, en el que puedo aun respirar y captar el olor de
las sábanas recién lavadas de mi madre, el olor de las castañas asándose en esa
chimenea y del que hacía años que ni me atrevía a soñar con volver, pero aquí
estoy, dispuesta a pasar una tranquila Navidad, a dejarme llevar por los
recuerdos, a poder por fin llorar por los míos en este sofá, en el que tantas y
tantas veces me he dormido abrazada a él.
Mañana, si me encuentro con ánimo, iré al cementerio a llevar unas
flores, desde el entierro, hace años, he sido incapaz de volver, creo que ya es
hora de hacerlo, ahora solo quiero
descansar un poquito tapada con mi vieja manta de cuadros frente a la chimenea,
tal vez luego busque algún álbum de fotos, siento una ineludible necesidad de
verles a todos.
Me he dormido, estoy todavía somnolienta cuando siento una
mano sobre mi hombro, que me aprieta suavemente, huele a su perfume, al de
mamá, no quiero abrir los ojos, quiero que se alargue ese sueño, no quiero
despertar, pero siento que su voz es demasiado nítida.
-Cariño, te has quedado dormida, ayúdame a terminar con la
cena antes de que lleguen todos. -la oí decir a mi lado.
¿Podía la nostalgia
hacerme sentir esto tan real?, abrí los ojos y allí estaba, sonriendo, con su
delantal azul de rayas que le había regalado cuando volví de mi luna de
miel por Italia. Me froté los ojos, los cerré y los abrí
varias veces mientras mi madre seguía sonriendo, cada vez más al verme hacer esos
gestos con mis ojos.
-¿Te pasa algo, corazón?, ¿te pican los ojos?, tal vez sea
la cebolla que se está cocinando, ven aquí que te doy un pañuelo. –dijo con
total normalidad.
No me caí del susto porque estaba sentada, de otra manera,
mis piernas temblorosas no hubiesen podido resistir el peso de mi cuerpo,
¿realmente estaba sucediendo esto?, ¿tan profundo es mi sueño que lo confundo
con la realidad?, decidí esperar unos minutos en silencio a ver si todo volvía
a la normalidad. Cuando parecía que
volvía a estar sola y creí que había sido una alucinación, volví a oír a mi
madre hablar.
– ¡Date prisa!, van a volver los hombres en cualquier
momento, han ido a arreglar la caldera de tu tía que justamente se le ha
estropeado hoy, y hace rato que llamaron diciendo que ya volvían, a ver si nos
podemos sentar a cenar los cuatro tranquilamente.
No me lo podía creer, además de estar viendo a mi madre tan
viva y sólida como yo misma, de un momento a otro iban a aparecer mi padre y mi
marido por la puerta. Sentí el corazón
completamente desbocado, notaba el pulso latir a lo loco en mis sienes, la
opresión en los pulmones iba creciendo a medida que intentaba tranquilizarme
sin éxito, no sabía si llorar, si gritar, si dar gracias a quien fuese o si
enfadarme por esta broma pesada.
Oí el sonido de la cerradura al abrirse, y ahí estaban, con
la cara sonrojada del frío y un aspecto totalmente jovial entró delante mi
padre, no pude evitar soltar un gemido desde lo más profundo de mí al verle,
sujetó la puerta y un instante después entró él, mi amor, mi marido, al que
llevaba 5 años añorando. Lancé la manta, y descalza corrí hacia él todo lo
rápido que pude, por si desaparecía, porque no sabía lo que esta situación iba
a durar, y corrí como quien corre para salvar su vida, sin ver nada más allá,
cuando me lancé sobre sus brazos, él no paraba de reír.
-Así da gusto volver a casa, cualquiera diría que hace años
que no nos vemos. -dijo guiñándome un ojo.
Le abracé y le besé hasta que me escocían los labios, no
podía dejar de mirarle, realmente estaba ahí, podía tocarle, podía hablarle,
podía mirarle a los ojos, ¿qué está pasando?. Como no quería saber la
respuesta, no quise preguntar, no quería que se rompiese la magia, que me diese
cuenta de que estaba soñando, que desaparecieran de repente, no, mejor no
preguntar y disfrutar de cada minuto, por si en el siguiente ya todo vuelve a
ser como antes, era consciente de que no podía durar.
Como una niña borracha de felicidad fui corriendo a poner la
mesa, ahí estaba el mantel que mi madre había bordado para Navidad cuando yo
era pequeña, todos disfrutando de una animada charla, quería hablar de cosas
alegres, quería reírme con ellos, quería ser feliz, solo eso, compartir esos
minutos de felicidad, y hablar, y reír, y abrazarles a todos y olvidarnos de la
realidad, de esa dura y tortuosa realidad.
¿Tal vez la realidad era ésta y lo otro una simple pesadilla?, ojalá
fuese así.
Después de una Nochebuena excelente, de volver a probar los
platos de mamá, de reír con los chistes malos de papá, de quedarnos hasta tarde
charlando, no podía dejar de mirar el reloj y ver las horas pasar, temía que al
irme a dormir todo desapareciera, me resistía a acostarme y me dio la sensación
de que no era la única a la que le pasaba lo mismo, nadie quería irse a la
cama, alargamos la noche, recostada en el viejo sofá, apoyada sobre él,
oyéndole respirar y también oyendo a su corazón latir, no podía despegar la
oreja de su pecho, volver a oírle respirar y volver a oír su corazón latir, no
me lo podía creer. Tal vez ellos no lo
supieran, tal vez solo lo sabía yo, y no pensaba desvelarlo nunca, ¡eran tan
reales!, ¡estaban tan llenos de vida!
-Creo que deberíamos irnos ya a dormir, está empezando a
amanecer. –sugirió mi marido, mirándome con esa sonrisa en sus ojos que no le
había abandonado en toda la noche.
La verdad era que entre el viaje y el cúmulo de emociones
vividas en las últimas horas, estaba agotada, y viéndole a él tan convencido,
decidí hacerle caso e irnos a la cama, si él lo decía, nada malo podía pasar.
Me desvestí y le vi por el rabillo del ojo hacer a él lo
mismo, busqué algo decente que ponerme, en la maleta sólo había llevado pijamas
gruesos para dormir sola en esa fría casa, en un cajón, con olor a naftalina,
encontré un camisón antiguo de hilo y me lo puse.
Me acosté y noté el colchón hundirse bajo su peso al hacerlo
él también. No podía borrarme la sonrisa de la cara, le abracé con todas mis
fuerzas y noté como él me abrazaba contra su pecho mientras susurraba que me
quería y entonces rompí a llorar, no pude más.
-No llores princesa, no sabes lo que me ha costado hacerte
este regalo de Navidad, no tuve ocasión de despedirme y te estaba esperando
aquí, durante todo este tiempo, para poder hacerlo. Te quiero, y ese
sentimiento me ha hecho poder hacer esto realidad. No me olvides, yo nunca lo
haré. Te espero en el otro lado, no te desanimes, porque nos volveremos a ver.
Te quiero.
Y tras oír estas palabras, me abracé más fuertemente a él,
con la ingenua intención de no dejarle ir, pero enseguida entré en un sueño
profundo que me hizo dormir durante horas.
Me despertó al medio día el sonido
del teléfono, me sobresalté y tal como había imaginado, estaba sola en la cama,
¿lo habría soñado todo? Me miré y tenía puesto mi antiguo camisón de hilo que
había dejado allí guardado en un cajón hace tiempo, pero no había ni rastro de
él. Salí corriendo a ver si llegaba a tiempo para coger el teléfono, pero al
pasar por la puerta de la cocina, decidí olvidar el teléfono y entrar para ver
si encontraba alguna pista de que de verdad había vivido esa Nochebuena tan
especial y no la había soñado. Todo estaba en orden, en la nevera la cena que
mi tía me había dejado, intacta, el salón como si por ahí no hubiese pasado nadie.
Desanimada y convencida ya de que había sido un sueño o una
alucinación debido al cansancio y a las emociones, decidí ir a darme una ducha,
antes me dispuse a lavarme la cara con agua fresca para despejarme, y al
levantar la cara, vi una notita pegada al espejo “Feliz Navidad, princesa,
espero que te haya gustado mi regalo. Te quiero”, y entonces me arrodillé en el
suelo y lloré y reí y volví a llorar,
por la nostalgia que me había quedado y por la felicidad de haberle podido
volver a tener durante esas horas.
-Feliz Navidad, mi amor, espero que ya estés en paz, yo
tampoco podré olvidarte nunca. Gracias por ese maravilloso regalo.
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